Hace veinte años se realizó un experimento revelador con dos monos capuchinos. Ambos recibían un trozo de pepino como recompensa por una tarea simple, pero en una ronda, uno recibió una uva, mucho más apreciada. El mono que recibió el pepino, al ver la injusticia, se lo arrojó a la investigadora. Este comportamiento reflejaba un sentido de injusticia similar al humano.
Además, no solo el mono perjudicado dejó de colaborar, sino también el beneficiado. Esto sugiere que el sentido de la justicia y la solidaridad tienen raíces evolutivas profundas. Según los primatólogos Sarah Brosnan y Frans de Waal, y el neurocientífico Robert Sapolsky, estas respuestas están presentes en varias especies y son fundamentales para la cooperación exitosa.
Un ejemplo adicional se encuentra en los macacos de Cayo Santiago, Puerto Rico. Después del huracán María en 2017, en lugar de pelear por la escasa sombra, los monos se volvieron más tolerantes y compartieron los recursos. Un estudio reciente en Science demuestra que esta tolerancia redujo a la mitad su probabilidad de morir, destacando la cooperación como una ventaja evolutiva.
En el yacimiento neandertal de Cova Negra, cerca de Xàtiva, se halló un hueso de una niña con síndrome de Down que vivió hasta los seis años, lo que indica que fue cuidada por su grupo en condiciones extremas. La arqueóloga Patxuka de Miguel sugiere que estas sociedades valoraban la cooperación y el cuidado de los más vulnerables.
María Martinón-Torres, directora del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana, ha señalado que la fortaleza humana reside en la cooperación y el altruismo, y no en el individualismo. La selección natural favorece los comportamientos prosociales, que son esenciales para el éxito de nuestra especie.